La presidenta brasileña Dilma Rousseff se dijo este lunes “indignada” por la aprobación de un proceso de destitución en su contra en la Cámara de Diputados y prometió seguir “luchando” para evitar que el Senado lo ratifique
La Cámara de Diputados aprobó el domingo por una aplastante mayoría (367 votos a favor, 137 en contra) transmitir un pedido de impeachment al Senado, donde se decidirá si hay base para abrirle un juicio por presunto maquillaje de las cuentas públicas.
“Recibí 54 millones de votos y me siento indignada por la decisión”, dijo la mandataria en una rueda de prensa en el palacio gubernamental de Planalto, en su primera reacción pública tras el voto en la Cámara.
“Los actos por los que me acusan fueron practicados por otros presidentes de la República antes de mí y no se caracterizaron como actos ilegales o criminales”, explicó Rousseff, que negó se haya enriquecido de forma ilegal.
“Esto es muy interesante porque no hay en mi contra una acusación de desvío de dinero público, no hay una acusación de tener dinero en el exterior. Por eso creo que es una injusticia. Personas con cuentas en el exterior presiden la sesión de una cuestión tan grave”, zanjó Rousseff en referencia al presidente de la Cámara baja, Eduardo Cunha, investigado por corrupción.
La mandataria dijo que el gobierno tendrá una relación “diferente” con los senadores para frenar el proceso a través de una “interlocución calificada”.
“No me dejaré abatir, no me voy a paralizar por esto, voy a continuar luchando y voy a luchar como lo hice toda la vida”, dijo Rousseff. “Están torturando mis sueños, mis derechos, pero no van a matar mi esperanza, porque sé que la democracia está del lado correcto de la historia”, añadió.
Brasil, un país de presidentes… y de vicepresidentes
Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inacio Lula da Silva tuvieron relaciones anodinas con sus respectivos vicepresidentes, haciendo olvidar que las crisis, las enfermedades o las tragedias pusieron en cinco ocasiones a los segundos en el sillón de mando en poco más de seis décadas.
El recuerdo de esos episodios afloró sin embargo con la actual batalla entre Dilma Rousseff y su vice, Michel Temer, que prepara un gabinete en espera de que la mandataria sea destituida por un juicio de impeachment en el Senado.
Dos vicepresidentes llegaron al poder antes del golpe de Estado de 1964, cuando el presidente y el vice eran elegidos en comicios separados, y no en chapas únicas.
En 1954, cuando Getulio Vargas se suicidó en el Palacio do Catete, en Rio de Janeiro, fue reemplazado por su vice Café Filho, quien abandonó el poder al año siguiente por motivos de salud.
En 1961, el vicepresidente Janio Quadros estaba en China cuando le llegó la noticia de que el presidente Joao Goulart había renunciado.
En 1985, cuando los militares dejaban el poder, se convocaron elecciones indirectas que eligieron a Tancredo Neves como presidente y a José Sarney como vicepresidente.
Pero Neves nunca llagaría a instalarse en el palacio de Planalto, en Brasilia: la víspera de su asunción, tuvo que ser internado por una hemorragia intestinal y ya no saldría del hospital, donde falleció cuarenta días después.
En 1992, el vicepresidente Itamar Franco sustituyó a Fernando Collor, apartado del cargo por la apertura de un juicio de destitución (impeachment) originado en denuncias de corrupción. Collor renunció casi tres meses después, cuando el Senado se aprestaba a declararle culpable, cosa que de todos modos hizo para impedirle ejercer cargos electorales durante ocho años.
El mecanismo del impeachment volvió a ser activado el 17 de abril de 2016 por la Cámara de Diputados, que transmitió al Senado un pedido de destitución de la presidenta Rousseff, acusada de manipulación de las cuentas públicas.
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